COSAS DE NIÑOS

¿Por qué en la Biblia, más específicamente en el Nuevo Testamento, vemos que los discípulos de Jesús son capaces de morir a muchas cosas por amor a Dios y por amor al prójimo, y aquí, en nuestra cotidianidad, no ocurre de este modo? ¿La Biblia no es actual? ¿No deberíamos vivir la vida que Dios quiere? Estos eran los cuestionamientos de una niña de 8 años criada en una familia tradicional católica.
En la actualidad, resulta familiar escuchar frases como: “Solo importas tú, tus sueños y poder ser lo que quieras ser”, “Solo debes hacer lo que te haga feliz”, “que nadie te cuestione por tus inclinaciones o gustos, al final es tu vida...”

¿Logras ver como la segunda parte responde a la primera? Si no, está bien, vamos un poco más profundo.
Existe un sistema que, aterrizado en una corriente de pensamiento, promueve al hombre como centro de todo, que busca exaltar lo brillante de sus ideas y su gran capacidad para lograr lo quiera, que privilegia el placer individual y la independización de aquello que pueda constituirse en “una barrera” para alcanzar sus propósitos, que considera revolucionario e innovador el rebelarse contra cada cosa que contradiga su “benévola” perspectiva de vida. Esto es Babel, y en Babilonia no hay dios más grande que el hombre mismo, y no hay causa más entrañable y profunda que hacer frente a la ciudad de Dios. Allí no hay capacidad creativa, solo imitación; no hay paz, sino la confrontación caótica de hombres que intentan sostener el peso de algo que no nació de ellos y que no pueden entender, porque no puede ser contenido por su intelecto; no hay una verdad porque el relativismo del ser es absoluto, no hay gozo ni plenitud porque cada uno es guiado y gobernado por su propia voluntad.

NECESITAMOS VER

En contraste, la Biblia nos habla de que existió un hombre proveniente de Babilonia, con sus raíces firmes en su cultura y toda su vida arraigada allí, a quien en un “de repente” Dios reta a salir de su cosmovisión, de su carpa, de sus estructuras mentales y su mundo en 2D, para ver y conocer las estrellas, para experimentar la inmensidad de los granos de arena bajos sus pies, para embarcarse en una aventura donde su vida trascendería y dejaría de ser común para convertirse en el padre de generaciones, en un verdadero hombre de fe. Él, Abraham, pudo ver, entender y anhelar la propuesta de Dios, aquella certeza a la que ancló su corazón, cual esperanza que vivifica y lleva a perseverar: Abraham esperaba con confianza una ciudad de cimientos eternos, una ciudad diseñada y construida por Dios. (Hebreos 11:10 NTV)
Es la misma esperanza de la que habla Juan en el libro de las revelaciones, donde El Eterno mismo es el templo, donde la muerte, aquel gigante despiadado y aterrador deja de existir, y con ella desaparecen el dolor, la tristeza, la maldad, la corrupción y todos aquellos pequeños agentes de destrucción de la oscuridad, que hoy por hoy se deslizan por entre la vida como si esta les perteneciera. En palabras del apóstol también luce de este modo:
En la ciudad no vi ningún templo, porque su templo es el Señor, el Dios todopoderoso, y también el Cordero. La ciudad no necesita que el sol o la luna la iluminen, porque el brillo de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara. Gente de todos los países caminará a la luz que sale de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus riquezas. Los portones de la ciudad no se cerrarán de día, y allí nunca será de noche. Le entregarán las riquezas y todo lo bello de los países.
Apocalipsis 21:22-26 TLA

MENSAJEROS DE LA CIUDAD DE DIOS

Esta parece una realidad lejana, algo etéreo, que probablemente veamos en algún momento cuando hayamos muerto y resucitado, pero no es así, de acuerdo con el pastor Edgardo Peña “TODO esto es ya, es para hoy. Todo aquello que se mueva en poner a Dios como centro, todo aquello que se mueva para el alivio del dolor, el alivio de la enfermedad, para el alivio de las lágrimas, de traer justicia, de traer paz verdadera; todo esto que va en la dirección de Dios, va en la dirección del Reino de Dios; en pos de La Ciudad de Dios”.
Pero ahí no acaba todo, cada uno de nosotros tenemos un rol muy importante aquí y ahora, somos los mensajeros de la ciudad de Dios, tenemos la responsabilidad de que la belleza y la gloria de esta promesa, cobren vida aquí en la tierra, en este momento.
Y si la niña de 8 años volviera a preguntar: ¿Pero por qué a veces no es tan real?, si hay algo tan poderoso que el mismo Creador pensó, pagó y estableció, ¿por qué hay personas que no lo viven o que están procurando otros fines? El salmo 2 cobra mucha relevancia en este tiempo y nos permite ver cómo el gobierno de Jesús está siendo desafiado hoy, cómo se levanta un intento por impedir que el Hijo de Dios reciba la promesa del Padre, pero aquí solo hay un vencedor, uno que confía en que serás capaz de establecer el Reino allí donde fuiste puesto, a través de tu trabajo, de tus habilidades, de tus dones, de tu carisma, a través incluso de eso qué menosprecias y que no entiendes el porqué hace parte de ti, como bien dijo el pastor en la Perspectiva Profética: “No tienes que ser presidente, ni gobernador. Solo tienes que ser tú, un hijo de Dios, sometido al gobierno de Dios y allí es donde Dios comienza una revolución contigo.”
A mi niña de 8 años le diría que todo eso que vio en la Biblia es verdad, que el Espíritu Santo, el sello de su amor, nos habilita y nos da poder para caminar en pos de Su Palabra, que el Eterno está comprometido con cada una de las promesas que nos ha dado, que mientras vivamos como Él nos dice, todo es posible, pero que ahora es nuestra responsabilidad hacer que esto sea una realidad.

Y entonces, ¿qué dices, aceptas el desafío y nos convertimos en los que hacen que las cosas pasen?
Leidy Hernández es una persona que ama ver a Jesús caminando por las calles y los campos, obrando en las familias, impactando a cada persona de manera única y especial.
Comunicadora social, periodista y asesora de comunicaciones, actualmente trabaja en un proyecto que vincula las misiones, el periodismo y la literatura.

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