Los ojos de mi hermano

El ejército invasor ha vencido, se lleva a los cuatro príncipes como prisioneros de guerra. Las vestiduras de fina seda, color salmón y perla, de los príncipes hacen contraste con su carácter aguerrido y vehemente. Los cuatro hermanos comparten su baja estatura, y su barba negra y tupida. La incertidumbre por lo que vendrá flota en el ambiente. En un acto de esperanza cada uno esconde dentro de sus ropajes una pelota de oro, serviría de provisión en un eventual escape.
Corre el rumor de que los ejecutarán, los sacarán a los cuatro al tiempo, y los fusilarán en una misma ráfaga. Llega la hora. Son llamados a salir. Ellos van uno detrás del otro. Recibe cada uno su porción de pescado frito para el camino.
Se abre la puerta del castillo y sale el primer príncipe. Lo envían a caballo, por el camino que va al oeste del castillo, él sabe que va a la guerra, es matar o morir. Va solo cabalgando por el desierto polvoriento, sus ropas lo protegen de las tormentas de arena, de los inclementes rayos del sol, aumenta la velocidad al galopar, sabe que la velocidad puede darle una ventaja en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. El polvo que se levanta de los cascos de su caballo se suma a las nubes de polvo del desierto; él y su caballo son uno solo, sus ropas los cubren, los mimetizan, el polvo a su alrededor los convierte en un espejismo indescifrable. Ésta es su última oportunidad de vencer, de luchar por su vida, por su reino, no es tiempo de desconcentrarse, enfoca su mirada adelante, listo para encontrar a su oponente, decidido a dar un golpe mortal.
El castillo vuelve a abrir su puerta, envía a su segundo jinete, esta vez al oriente del castillo. Lejos, estaban los hermanos, de imaginar que el camino que pasa al frente del castillo es un único camino que lo bordea de manera circular.
Señor,

Qué pueda ver la divinidad
que has puesto en mi hermano.
Trae tu luz en la tormenta,
Trae claridad en medio del caos,
Que la nube de confusión alrededor
No obstruya el vislumbrar y
Reconocer a mi hermano.
¡Qué pueda reconocer lo precioso entre lo vil!
¡Qué pueda ver en el guerrero que enfrento,
Los ojos de mi hermano!
Vivian es una mujer apasionada por la vida, en especial, por la vida en abundancia que nos regaló Jesús. Es esposa, madre de Daniel, Laura, Sarah y Jeremías. Comprometida con la educación y la defensa de la inocencia de los niños. Tiene mucha expectativa en ver cumplidos los sueños del Padre en esta nuestra tierra.

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